Lo vió algunas veces en el bar donde iba a odiar la
existencia
La atracción que sentía hacia aquel no era comparada a
nada. Sin embargo, un whisky hacía que
todo desapareciera. Hasta a veces la
presencia de aquel que le movilizaba hasta su fibra más intima.
Jamás habían cruzado palabra. Solo sabía que iban a la
misma hora, que lo encontraría allí. Idealizado, totemizado. Su monoteísmo.
Y así era, como cada jueves, el estaba allí. Un pacto secreto marcado con
las agujas del reloj.
Pero esta noche, sí ésta… se presentaba diferente. Empezó
a sonar su música preferida, una balada muy de moda, primera en el ranking de
ese '91. Sus pies comenzaron a moverse, su sangre a convulsionarse. Hasta que
sus ojos, en un acto de torpeza, se cruzaron con los de él para rápidamente quitarlos.
La noche brillaba y no era para menos. Él estaba allí, el
sol.
Podía sentir el fuego, las ganas de aferrarse al cuerpo
de aquel hombre que tenía casi enfrente.
La luz era tenue y el resto de los habitantes del bar
desaparecieron por arte de magia. Estaba la barra, la luz seguía tenue y los acordes sonaban inundando todo…su mente, su carne y sus
decisiones.
Fue hasta la barra a buscarlo, este revolvía su trago,
mostrando una actitud pensativa. No miraba hacia la pista. Estaba concentrado
en la bebida o en algo más. Así lo parecía.
Ya cerca, le temblaron las piernas, pero nada detendría lo
que había ido a hacer. Acto seguido le toco el hombro y así fue que sus ojos se
atravesaron, sin tener otra opción.
De la boca del hombre salieron un par de palabras: -“Pensé
que nunca vendrías. Te estaba esperando”- Tomándole la mano. La música sonaba más fuerte, el corazón le
explotaba.
Lo tenía enfrente, pudo ver en sus ojos verdes toda la
vida…se dio cuenta que nunca más necesitaría un whisky.
Le tomo la cara con la mano que le quedaba libre, lo acarició.
Sus bocas se hicieron una, sus fuertes brazos acunaron al
otro y sus barbas a medio crecer fueron hermanas.
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